Castellón. La leyenda de la sirena y las siete olas de Abu Bashir (3ª parte)

Castellón. La leyenda de la sirena y las siete olas de Abu Bashir (3ª parte)

Aquella noche el mercader regresó a sus estancias y dio las gracias a la sirena: “Mis espías confirman que Al Qadir ha cedido a las pretensiones del de Vivar. Estamos a salvo y mi hacienda no acabará en manos de infieles. Todo gracias a ti”. “No he hecho más que confiarte aquello que ya me ha sido desvelado, Abu Bashir”, le contestó la mujer desde la oscuridad del rincón. Había caído la noche y una luna creciente creaba extraños juegos de luces y sombras en el suelo tapizado de alfombras. Ella se movió hacia el cuadro iluminado hasta quedar a la vista de Abu. “Ahora cumplirás tu promesa y me concederás la libertad”. “Sí, lo haré” respondió el mercader, “Pero antes debes concederme mi segunda petición. Nadie que yo conozca tiene el poder de predecir el futuro, ni en tierra de fieles ni de extranjeros, y yo deseo que me otorgues ese don. Saber lo que está por venir me abrirá las puertas de la sabiduría, el poder de descubrir a mis enemigos y vivir con la seguridad de seguir siempre el camino que más me convenga”. La sirena lo miró, y sonrió. “Sea como dices”.

El mercader de alfombras. Jean-Léon Gérôme. Óleo sobre lienzo, 1887

El mercader de alfombras. Jean-Léon Gérôme. Óleo sobre lienzo, 1887

Abu Bashir despertó bruscamente y descubrió que la lujosa estancia había desaparecido. En su lugar, y frente a él, el mar acariciaba mansamente las arenas de una playa desierta cercada de dunas bajas cuyas cimas se perfilaban nítidamente contra el fondo estrellado del firmamento. No muy lejos, hacia el norte, creyó ver el débil resplandor de unas hogueras, y pensó que se trataba de los fuegos que la guardia hacía encender todas las noches sobre las murallas para combatir el frío nocturno. Se encontraba pues en algún punto cercano al mar Mediterráneo y eso lo tranquilizó. ¿Cómo había llegado hasta allí? Al mirar de nuevo hacia el mar descubrió una silueta oscura que caminaba por la orilla. Se cubría el cuerpo con un tapiz abigarrado, igual a los que decoraban los muros encalados de sus habitaciones, mientras la espuma marina danzaba suavemente entre sus tobillos creando círculos de luz nacarada, que se abrían en láminas de plata al paso de la muchacha.

Castell Vell y Ermitorio de la Magdalena de Castellón. Autor, José Francisco Gasque Gas

Castell Vell y Ermitorio de la Magdalena de Castellón. Autor, José Francisco Gasque Gas

La silueta no era otra que la sirena cautiva del mercader que, acercándose donde se encontraba tendido, le dijo: “Te he traído hasta aquí para que observes cómo las hijas de Forcis cumplen lo prometido. Tú me entregarás mis vestiduras marinas y yo podré ser libre, marchándome con mis hermanas hacia las profundidades del mar. He estado ausente demasiados años…”. La sirena miró más allá de Abu y se aseguró de que nadie podía verlos. Entonces continuó hablando. “En ese momento deberás prestar mucha atención, porque desplegaré ante ti todo aquello a que renunciarás por tu afán de poseer la virtud de la clarividencia. Dejarás que las olas te traigan visiones de unas grandezas que nunca antes habías soñado, sueños de los justos y también de aquellos que pierden la razón. Pero debes hacer caso omiso de estas tentaciones. No son más que imágenes, deseos frustrados que no deben apartarte de tu fin. Seis olas te traerán seis visiones a cual más tentadora, y a todas deberás despreciar sin decir ni una sola palabra”. Abu Bashir estaba fascinado, pero no perdía detalle del mensaje. “Con la séptima – siguió diciendo la mujer – aparecerá en la orilla aquello que deseas, lo recogerás y, sin ni siquiera mirarlo ni hablar con nadie, deberás marchar hasta tu casa y encerrarte allí donde nadie pueda contemplar el milagro que te ha sido dado. Solo entonces serás dueño, mercader, de tu presente, tu pasado y tu porvenir”.

El Mediterráneo. Autor, Antonio Chac

El Mediterráneo. Autor, Antonio Chac

Abu Bashir hizo lo que le había mandado y le entregó las vestiduras, que hasta entonces había guardado celosamente en el cofrecito que llevaba siempre consigo. Al tomarlas, la sirena tiró lejos el rico tapiz y en su lugar se cubrió delicadamente con unos jirones de tela que no hubiesen tentado ni al más miserable de los pordioseros. En esto la luna se ocultó tras lo que creyó denso manto de nubes, y el mercader quedó envuelto en sombras. Cuando volvió a abrirse el cielo nocturno, la mujer había desaparecido. Entonces recordó sus palabras y miró hacia el mar, que en ese momento destellaba bajo un firmamento en el que no reconoció ni una sola de las constelaciones comunes al astrólogo o al viajero, ¡que el Profeta nos ilumine y nos guíe siempre! Todo era extraño a sus ojos. Extraño y maravilloso. Las olas lamían mansamente la orilla sin emitir un solo sonido y lo que por un momento creyó luz lunar se reveló en realidad extraño resplandor ante la mirada perpleja del mercader. Pues en realidad el astro nocturno también había dejado de existir y Abu no podía comprender como el mar brillaba de esa manera con la sola luz de las estrellas. Sin embargo no tuvo demasiado tiempo para entretenerse en esos sortilegios, pues lo que vino después borró estas dudas y le dejó sin respiración.

La Barraca del Lledó. Castellón de La Plana. Autor, Ernesto González Roda

La Barraca del Lledó. Castellón de La Plana. Autor, Ernesto González Roda

Una ola más grande que las demás vino deslizándose hasta sus pies y con ella los destellos de la superficie marina se fundieron y giraron frenéticamente hasta convertirse en una imagen nítida: la de un ejército innumerable de soldados como granos de polvo, avanzando y sometiendo pueblos y castillos a sus pies. Abu era incapaz de articular palabra. Diríase que ante sus ojos se desplegaba uno de los deseos más acariciados por los hombres desde el principio de los tiempos: el del poder absoluto. La segunda ola hizo desaparecer esa imagen y en su lugar el brillo irisado de las estrellas mostró una caravana de camellos avanzando por el desierto. En cada uno de sus flancos cargaban grandes cofres de los que sobresalían alhajas, oro, esmeraldas y maderas preciosas en número incontable. Todo desapareció de nuevo al igual que el sueño anterior, y así, ola tras ola, visiones cada vez más esplendorosas y codiciables asombraron a Abu Bashir haciéndole sentir por momentos más y más desgraciado, pensando que su ambición por conocer lo venidero le había hecho caer en el error de rechazar tal cantidad de poder y riquezas.

El ejército cristiano toma las murallas. Gustavo Doré (1832-1883)

El ejército cristiano toma las murallas. Gustavo Doré (1832-1883)

Ciudades enteras se encontraban postradas a sus pies; países de oriente y poniente pagaban fielmente sus tributos al poderoso Abu Bashir; su espada y su caballo provocaban la huida de ejércitos enteros con el solo rumor de sus hechos de armas y sus hazañas pasadas. Todas aquellas imágenes se desplegaron y desaparecieron, una tras otra, al vaivén de las silenciosas olas, hasta que la última de las seis lamió la arena húmeda y se replegó para regresar al seno de las aguas. En ese momento el hechizo se diluyó en la noche. La extraña iridiscencia del firmamento quedó en suspenso hasta sumergirse en un vacío desolador, las constelaciones conocidas volvieron a brillar en lo alto y la luna, invisible hasta entonces, apareció de nuevo. Con ella llegó también la séptima ola, esta vez ruidosa y cubierta de espuma, que estalló con fuerza en la orilla para traer hasta sus pies un objeto que al punto no reconoció. El mercader se levantó con trabajo y avanzó dando traspiés en su busca antes de que el mar se lo tragase de nuevo. Al recogerlo volvió a sentirse eufórico, y supo que todo había acontecido tal y como la sirena lo describió: pues reflejando débilmente la luz del astro nocturno, sus manos sostenían ahora el espejo de cristal de roca que había visto solo un día antes en poder de aquel ser mítico. El espejo que adivinaba el futuro. El espejo de las quimeras, perdición de navegantes y pescadores extraviados. En definitiva, la herramienta que le permitiría convertirse a él y a los suyos en los creyentes más poderosos de todo el orbe ¡Que Alá sea magnánimo y le otorgue su perdón!
______________________________________
Traducció al valencià

Castelló. La llegenda de la sirena i les set onades d’Abu Bashir (3ª part)

Aquella nit el mercader va tornar a les seues estances i va donar les gràcies a la sirena: “Els meus espies confirmen que Al Qadir ha cedit a les pretensions del de Vivar. Estem fora de perill i la meua hisenda no acabarà en mans d’infidels. Tot gràcies a tu”. “No he fet més que confiar-te allò que ja m’ha sigut desvelat, Abu Bashir”, li va contestar la dona des de la foscor del racó. Havia caigut la nit i una lluna creixent creava estranys jocs de llums i ombres en el sòl entapissat d’estores. Ella es va moure cap al quadro il•luminat fins a quedar a la vista d’Abu. “Ara compliràs la teua promesa i em concediràs la llibertat”. “Sí, ho faré” va respondre el mercader, “però abans has de concedir-me la meua segona petició. Ningú que jo conega té el poder de predir el futur, ni en terra de fidels ni d’estrangers, i jo desitge que m’atorgues eixe do. Saber el que està per vindre m’obrirà les portes de la saviesa, el poder de descobrir els meus enemics i viure amb la seguretat de seguir sempre el camí que més em convinga”. La sirena el va mirar, i va somriure. “Siga com dius”.

Abu Bashir va despertar bruscament descobrint que la luxosa estança havia desaparegut. En el seu lloc, al seu davant, el mar acariciava mansament les arenes d’una platja deserta cercada de dunes baixes, les cimes de les quals es perfilaven nítidament contra el fons estrelat del firmament. No molt lluny, cap al nord, va creure veure la dèbil resplendor d’unes fogueres i va pensar que es tractava dels focs que la guàrdia feia encendre totes les nits sobre les muralles per a combatre el fred nocturn. Es trobava doncs en algun punt pròxim al mar Mediterrani i això el va tranquil•litzar. Com havia arribat fins allí? Al mirar de nou cap al mar va descobrir una silueta fosca que caminava per la vora. Es cobria el cos amb un tapís bigarrat, igual als que decoraven els murs emblanquinats de les seues habitacions, mentres l’espuma marina dansava suaument entre els seus turmells creant cercles de llum nacrada, que s’obrien en làmines de plata al pas de la donzella.

La silueta no era una altra que la sirena captiva del mercader que, acostant-se on es trobava estés, li va dir: “T’he portat fins ací perquè observes com les filles de Forcis complixen el que prometen. Tu m’entregaràs les meues vestidures marines i jo podré ser lliure, anant-me amb les meues germanes cap a les profunditats del mar. He estat absent massa anys…”. La sirena va mirar més enllà d’Abu i es va assegurar que ningú podia veure’ls. Llavors va continuar parlant. “En eixe moment hauràs de prestar molta atenció, perquè desplegaré davant de tu tot allò a que renunciaràs pel teu afany de posseir la virtut de la clarividència. Deixaràs que les ones et porten visions d’unes grandeses que mai abans havies somiat, somnis dels justos i també d’aquells que perden la raó. Però has de fer cas omís d’estes temptacions. No són més que imatges, desitjos frustrats que no han d’allunyar-te del teu fi. Sis onades et portaran sis visions a qual més temptadora, i totes hauràs de menysprear sense dir ni una sola paraula”. Abu Bashir estava fascinat, però no perdia detall del missatge. “Amb la sèptima – va continuar dient la dona – apareixerà en la vora allò que desitges, l’arreplegaràs i, sense ni tan sols mirar-lo ni parlar amb ningú, hauràs d’anar a ta casa i tancar-te allí on ningú puga contemplar el miracle que t’ha sigut concedit. Només llavors seràs amo, mercader, del teu present, del teu passat i del teu esdevenidor”.

Abu Bashir va fer el que li havia manat i li va entregar les vestidures que, fins llavors, havia guardat zelosament en el cofret que portava sempre amb si. Al prendre-les, la sirena va tirar lluny el ric tapís i es va cobrir delicadament amb els seus esquinçalls de tela, que no hagueren temptat ni al més miserable dels captaires. En açò la lluna es va ocultar darrere del que va creure dens mantó de núvols, i el mercader va quedar envoltat en ombres. Quan va tornar a obrir-se el cel nocturn, la dona havia desaparegut. Llavors va recordar les seues paraules i va mirar cap al mar, que en eixe moment centellejava davall un firmament en què no va reconèixer ni una sola de les constel•lacions comunes a l’astròleg o al viatger, ¡que el Profeta ens il•lumine i ens guie sempre! Tot era estrany als seus ulls. Estrany i meravellós. Les onades llepaven mansament la vora sense emetre cap so i el que per un moment va creure llum lunar es va revelar en realitat estranya resplendor davant de la mirada perplexa del mercader. Perquè en realitat l’astre nocturn també havia deixat d’existir i Abu no podia comprendre com el mar brillava d’eixa manera amb la sola llum de les estreles. Però no va tindre massa temps per a entretenir-se en eixos sortilegis, perquè el que va vindre després va esborrar eixes cabòries i el va deixar sense respiració.

Una ona, més gran que les altres, va anar lliscant-se fins als seus peus i amb ella es van fondre les llampades de la superfície marina girant frenèticament fins a convertir-se en una imatge nítida: la d’un exèrcit innumerable de soldats com a grans de pols, avançant i sotmetent pobles i castells als seus peus. Abu era incapaç d’articular paraula. Es diria que davant dels seus ulls es desplegava un dels desitjos més acariciats pels hòmens des del principi dels temps: el del poder absolut.
La segona onada va fer desaparéixer eixa imatge i en el seu lloc la brillantor irisada de les estreles va mostrar una caravana de camells avançant pel desert. En cada un dels seus flancs carregaven grans cofres d’on sobreeixien joies, or, maragdes i fustes precioses en nombre incomptable. Tot va desaparéixer de nou igual que en el somni anterior, i així, onada rere onada, visions cada vegada més esplendoroses i cobejables van sorprendre a Abu Bashir fent-lo sentir, per moments, més i més desgraciat, pensant que la seua ambició per conéixer el venidor li havia fet caure en l’error de rebutjar tal quantitat de poder i riqueses.

Ciutats senceres es trobaven prostrades als seus peus; països d’orient i ponent pagaven fidelment els seus tributs al poderós Abu Bashir; la seua espasa i el seu cavall provocaven la fugida d’exèrcits sencers amb l’únic rumor de les seues gestes passades. Totes aquelles imatges es van desplegar i van desaparéixer, l’una darrere de l’altra, al vaivé de les silencioses ones, fins que l’última de les sis va llepar l’arena humida i es va replegar per a tornar al si de les aigües. En eixe moment l’embruixament es va diluir en la nit. L’estranya iridescència del firmament va quedar en suspens fins a submergir-se en un buit desolador, les constel•lacions conegudes van tornar a brillar i la lluna, invisible fins llavors, va aparéixer de nou. Amb ella va arribar també la sèptima onada, esta vegada sorollosa i coberta de bromera, que va esclatar amb força en la vora per a portar fins als seus peus un objecte que al punt no va reconéixer. El mercader es va alçar amb treball i va avançar donant entropessades en la seua busca abans que el mar se l’engolira de nou. A l’arreplegar-lo va tornar a sentir-se eufòric, i va saber que tot havia succeït tal com la sirena ho va descriure: perquè reflectint dèbilment la llum de l’astre nocturn, les seues mans sostenien ara l’espill de cristall de roca que havia vist només un dia abans en poder d’aquell ser mític. L’espill que endevinava el futur. L’espill de les quimeres, perdició de navegants i pescadors extraviats. En definitiva, la ferramenta que li permetria convertir-se a ell i als seus en els creients més poderosos de tot l’orbe, ¡Que Al•là siga magnànim i li atorgue el seu perdó!