Corsarios en Oropesa. La vida cotidiana de los cautivos cristianos (3ª Parte)

Corsarios en Oropesa. La vida cotidiana de los cautivos cristianos (3ª Parte)

Pero tuvieran o no éxito, si de algo estaban seguros los vecinos de Oropesa, Benicarló o el resto de poblaciones costeras es que los ataques se repetirían en breve. Los corsarios crearon una economía que necesitaba de los cautivos cristianos para subsistir, basada en el rescate de los mismos y en la venta de mercancías robadas durante sus expediciones. Además, los esclavos desempeñan un papel decisivo en ciertas actividades, dado que eran mano de obra muy barata y relativamente especializada. El reparto de intereses estaba claro: Argel era la ciudad corsaria más agresiva para las costas españolas, en tanto que Túnez y Trípoli, más apartadas, asolaban con dedicación las costas de Italia en busca de botín y mercadería humana.

Navio berberisco. Autor de la maqueta, Alfonso Martínez Rubí

Navío berberisco. Autor de la maqueta, Alfonso Martínez Rubí

Los barcos avistados desde torres como Badum o Colomera eran un prodigio de navegación. Pero sobre todo, lo eran en el arte de piratear con mínimos presupuestos. Y es que Berbería no era precisamente un área rica en recursos, de modo que cuando los corsarios construían algún barco reducían al mínimo los costes de tripulación (la mayoría eran esclavos) y de material de primera mano. Por poner solo un ejemplo, únicamente utilizaban madera nueva para el casco. Todo lo demás lo tomaban de embarcaciones capturadas, que procedían a desmantelar con mimo aprovechando aparejos, cañones, anclas, velamen, municiones, cordelería… y así hasta los mismos clavos. En el siglo XVIII estos barcos se armaban al 50% entre el dey de Argel e inversores particulares, de modo que en cada navío solía existir un jefe de milicia al que tenía que obedecer incluso el capitán. A su regreso, este personaje daba cuenta al dey de las vicisitudes del viaje. Si el capitán había faltado a su obligación, bien por no combatir o por negligencia al dejar escapar alguna presa, éste era castigado con severidad, y a menudo recibía 500 palos en las plantas de los pies antes de ser enviado de nuevo al corso. Otras veces, según el capricho de su señor, podía ser incluso condenado a muerte y recibir garrote.

<Playa de la Renegá. Autor, oropesadelmarturismo.com

Playa de la Renegà. Autor, oropesadelmarturismo.com

Con estas perspectivas y las pingües ganancias que el corso podía ofrecer a los aventureros, no resulta raro que cada ataque fuese implacable por su rapidez y crueldad. A veces se acercaban con sus bajeles hasta el litoral entre Valencia y Vinaròs, y daban caza a las pequeñas embarcaciones de cabotaje propias de esas aguas. Otras, como hemos visto, procedían al desembarco de algunos miembros de la tripulación para efectuar razzias en aldeas próximas, creando así una situación permanente de inseguridad y desamparo. Todos estos ataques se concentran principalmente en dos temporadas anuales: la de verano, entre los meses de junio y julio, y la de invierno, que se lleva a cabo en octubre. Y en contra de lo que pudiera pensarse, era esta última la que producía mayores ganancias en cautivos y mercancías, ya que los berberiscos no se veían entonces entorpecidos por la actividad de los corsarios españoles, que solo faenaban durante el verano…

Continuará…