Descubriendo el Real Convento de Santa María de Benifassà

Descubriendo el Real Convento de Santa María de Benifassà

Santa María de Benifassà es el primero de los monasterios fundados en el antiguo reino, una avanzadilla cristiana cuando todavía la Corona de Aragón no había llegado a conquistar las taifas musulmanas del sur, ni la ciudad de Valencia.
Jaime I impulsa la creación del cenobio como parte de su estrategia en la reconquista: la instauración de un monasterio no solamente atendía a la profunda religiosidad de la época medieval, sino que formaba parte del articulado de los territorios recién incorporados a la corona; los monasterios concentraban el saber de la época, y los instruidos monjes conocían bien las técnicas de explotación de los recursos naturales, de la agricultura, del pastoreo, y del ordenamiento humano productivo del territorio con arreglo a las relaciones feudales, esto es, el vasallaje.
La concesión de tierras compartimenta en señoríos los territorios conquistados a los musulmanes, configurando el mosaico de un nuevo estado feudal. La nobleza, hombres de armas, aventureros, órdenes militares y comunidades religiosas, acuden al reparto del botín de guerra y así, también la Iglesia es beneficiaria de estos repartos e inicia el proceso de poblar sus tierras con nuevos colonos y sojuzgar a la población autóctona. Su voluntad de permanencia se manifiesta también en la suntuosidad y magnificencia de los edificios en que se materializa el poder religioso: las cúpulas de las iglesias y las agujas de las catedrales ascienden al cielo desde el poder establecido en la tierra. Al mismo tiempo se consolida la invasión cristiana, vertebrando un nuevo país con sus bases económicas, militares, políticas y religiosas, y un nuevo orden social muy diferente al del estado islámico conquistado.
En esta expansión territorial los monasterios concentraban el saber de la época y la aplicación de estos conocimientos resultaba vital en el andamiaje político-económico de los estados medievales. Además la religión proporcionaba a los monarcas la ideología necesaria para sustentar una guerra que la Iglesia bendecía como Cruzada, un poderoso aliado dentro de una sociedad instrumentada por la fe católica. Su connivencia fortalecía su prestigio y legitimaba las conquistas por encima de todas las posibles tropelías, dotando de fuerza moral a los combatientes, cruzados que serían recompensados con el cielo por su lucha contra el infiel. Con esta alianza con los señores de la guerra, en los territorios bajo la tutela monacal se ejercía un asfixiante orden feudal y una fuerte política de tributos sobre el campesinado para sostener todo su esplendor.
En el año 1208, Pedro II de Aragón hizo donación del castillo que los árabes denominaban de Beni-Hazá al noble catalán Guillem d’en Cervera, quien al enviudar tomo hábitos en el monasterio Cisterciense de Poblet, legando la propiedad como dote para la fundación de una nueva abadía. Su voluntad fue refrendada por Jaime I en 1229 y acrecentada con nuevas dotaciones, al tiempo que la conquista de Morella por el noble aragonés Blasco de Alagón, sometía amplios territorios montañosos limítrofes con Cataluña. En 1233 una resolución real autoriza la fundación, por el Monasterio de Poblet, de un cenobio en Benidazà y ya en 1250 las avanzadas obras del monasterio permiten la instalación de una comunidad de monjes de Poblet.

El dominio del Monasterio de Santa María de Benifassà tuvo como base la setena que incluía las poblaciones de Castell de Cabres, Coratxà, El Boixar, Fredes, Bel, El Bellestar y la Pobla de Benifassà, bajo la figura de Tinença o Tenencia. Esta forma jurídica de cesión a cambio de prestaciones permitía, como indica su nombre, el usufructo del territorio sin propiedad sobre el mismo. Los abades de Benifassà, mitrados y con cargo representativo en el estado, se erigían como señores feudales de los siete pueblos y estaban autorizados a exigir diezmos, censales y tributos al campesinado, en frutos o en metálico, destinados al mantenimiento del cenobio.
Así transcurren siglos en paz hasta llegar a la guerra de Sucesión (1702-1713), instigada por las casas reales candidatas a la corona de España, que enfrenta a los partidarios del Archiduque Carlos y de Felipe V, maulets y botiflers, y que lleva a un episodio de grave crisis para el monasterio. Los miquelets, tropas voluntarias austriacistas, fortalecidas por contingentes guerrilleros procedentes de Cataluña, se fortificaron en la Tinença y ocuparon el monasterio. A la entrada de las tropas de Felipe V en el monasterio, acusaron al abad y a 23 religiosos de ser partidarios de la causa austriacista, por lo cual fueron encarcelados y desterrados a Cataluña. Solo quedaron en Benifassà cuatro monjes.
La devastación que ocasionó la guerra y la mortífera peste que asolaba el país, recayeron con especial virulencia, como suele suceder, sobre las clases más desprotegidas, empobreciendo a los vasallos que no podían pagar los tributos. Hasta 30 años después de la guerra, el monasterio no se recuperó, alcanzando después una etapa de prosperidad que se traduce en mejoras en los edificios y que termina en 1804-1808, con la guerra del francés, inicio del imparable declive del monasterio.
En 1810 el mariscal Suchet ocupa Morella y ante la llegada al monasterio de tropas francesas en su toma de posiciones para el asedio a Tortosa, los monjes pusieron el archivo bajo la custodia de los P.P. Predicadores de Ibiza. Disueltas las órdenes religiosas por José Bonaparte, y más tarde por las Cortes de Cádiz de 1812, los monjes abandonaron el monasterio hasta 1814 cuando Fernando VII restituyó los bienes incautados a las comunidades religiosas. La exclaustración definitiva se produjo en 1835 con la Desamortización de Mendizábal.
El Carlismo llevó los frentes a las montañas que con su relieve proporcionaban cobertura natural a las partidas carlistas, carentes de dispositivos militares como para afrontar batallas en campo abierto. Las encrespadas montañas de la Tinença, centro neurálgico entre Cataluña, Aragón y Valencia, constituyó un cuartel inexpugnable, fácilmente defendible ante un ejército isabelino vulnerable a la guerra de guerrillas, y de gran valor estratégico ya que por su proximidad a las zonas de aprovisionamiento de la Plana, permitía realizar rápidas incursiones de saqueo y retirada al bastión montañoso. Por todo ello, la Tinença fue centro de operaciones del Ramón Cabrera, en los siete años de la primera larga guerra del Carlismo. El Tigre del Maestrazgo, como era conocido el sanguinario general, defensor del absolutismo del pretendiente Carlos, convirtió el monasterio en cuartel, hospital militar y prisión.
El 30 de septiembre de 1838 la columna liberal al mando del General Pardiñas fue aniquilada por Cabrera en Morella. En la batalla murió el general y 2.000 prisioneros fueron llevados al monasterio y abandonados, muriendo por inanición. Solamente sobrevivieron 200 que fueron forzados a reconstruir las murallas de Morella. Cuando las tropas isabelinas recuperaron el monasterio, incendiaron la iglesia, como represalia y para que este baluarte no cayera de nuevo en manos carlistas. En memoria del despiadado exterminio de sus soldados, el gobierno liberal levantó en 1841 en la plaza del monasterio un monolito de piedra que hoy ya no existe. Aunque se ignora su paradero, ninguna placa o inscripción sustitutiva mantiene la memoria de los que allí murieron de forma tan atroz.

El abandono del monasterio tras la exclaustración y los dramáticos episodios de las guerras trajo consigo la pérdida de valiosos documentos históricos y obras de arte, como el primer manuscrito del Llibre dels Furs y todo el acervo religioso, altares, cuadros, orfebrería y ornamentos, si bien Castellón recogió gran parte del archivo que más tarde se cedió al Archivo Histórico Nacional.
Es de lamentar que el desmantelamiento desamortizador de las propiedades eclesiásticas se saldara con la pérdida de un riquísimo patrimonio artístico y documental. Las exclaustraciones cedieron los predios monacales a propietarios privados que poco o nada hicieron por mantenerlos, responsabilidad que, por otra parte, tampoco les correspondía y que la política cultural del Estado no asumió. Así, la pérdida, destrucción y venta fraudulenta han despilfarrado el ingente patrimonio de los monasterios valencianos, como el de Benifassà.
Con todo, por la magnificencia de sus ruinas y su histórico pasado, el monasterio fue declarado Monumento Nacional en 1931 con el nombre de Real Convento de Santa María de Benifassà.
En 1956 la Diputación de Castellón adquirió lo que restaba del monasterio y, con la ayuda de la Dirección General de Bellas Artes, dio comienzo a su limpieza y restauración pero al no poder continuarla cedió los derechos sobre el monasterio a la Orden de San Bruno que lo convirtió en cartuja femenina, por lo que también recibe el nombre de cartuja de Santa María, única de clausura de esta orden en todo el país.
Esta joya de la Tinença de Benifassà, en La Pobla de Benifassà, encierra la historia de la comarca, o más bien las consecuencias de su devenir en anónimos protagonistas de su crónica que no han vivido sus glorias pero sí sus desventuras. El monasterio abre sus puertas al público los jueves de 13:00 a 15:00 h para admirar el paso del románico al gótico en sus edificios del siglo XIII al XVIII.


Traducció al valencià:

Descobrint el Reial Convent de Santa Maria de Benifassà

Santa Maria de Benifassà és el primer dels monestirs fundats en l’antic regne, una avançada cristiana quan encara la Corona d’Aragó no havia arribat a conquistar les taifes musulmanes del sud, ni la ciutat de València.
Jaume I impulsa la creació del cenobi com a part de la seua estratègia en la reconquista: la instauració d’un monestir no sols atenia a la profunda religiositat de l’època medieval, sinó que formava part de l’articulat dels territoris acabats d’incorporar a la corona; els monestirs concentraven el saber de l’època, i els instruïts monjos coneixien bé les tècniques d’explotació dels recursos naturals, de l’agricultura, del pasturatge, i de l’ordenament humà productiu del territori d’acord amb les relacions feudals, açò és, el vassallatge.
La concessió de terres compartimenta en senyorius els territoris conquistats als musulmans, configurant el mosaic d’un nou estat feudal. La noblesa, hòmens d’armes, aventurers, ordes militars i comunitats religioses, acudeixen al repartiment del botí de guerra i així, també l’Església és beneficiària d’estos repartiments i inicia el procés de poblar les seues terres amb nous colons i subjugar la població autòctona. La seua voluntat de permanència es manifesta també en la sumptuositat i magnificència dels edificis en què es materialitza el poder religiós: les cúpules de les esglésies i les agulles de les catedrals ascendeixen al cel des del poder establit en la terra. Al mateix temps es consolida la invasió cristiana, vertebrant un nou país amb les seues bases econòmiques, militars, polítiques i religioses, i un nou orde social molt diferent del de l’estat islàmic conquistat.
En esta expansió territorial els monestirs concentraven el saber de l’època i l’aplicació d’estos coneixements resultava vital en la bastimentada política i econòmica dels estats medievals. A més la religió proporcionava als monarques la ideologia necessària per a sustentar una guerra que l’Església beneïa com a Croada, un poderós aliat dins d’una societat instrumentada per la fe catòlica. La seua connivència enfortia el prestigi reial i legitimava les conquistes per damunt de tots els possibles abusos, dotant de força moral als combatents, croats que serien recompensats amb el cel per la seua lluita contra l’infidel. Amb esta aliança amb els senyors de la guerra, en els territoris davall la tutela monacal s’exercia un asfixiant orde feudal i una forta política de tributs sobre el camperolat per a sostindre tota la seua esplendor.
L’any 1208, Pere II d’Aragó va fer donació del castell que els àrabs denominaven de Beni-Hazá al noble català Guillem d’en Cervera, qui a l’enviudar va prendre els hàbits en el monestir Cistercenc de Poblet, llegant la propietat com a dot per a la fundació d’una nova abadia. La seua voluntat va ser referendada per Jaume I en 1229 i acrescuda amb noves dotacions, alhora que la conquista de Morella pel noble aragonès Blasco de Alagón, sotmetia amplis territoris muntanyosos limítrofs amb Catalunya. En 1233 una resolució reial autoritza la fundació, pel monestir de Poblet, d’un cenobi en Benidazà i ja en 1250 les avançades obres del monestir permeten la instal·lació d’una comunitat de monjos de Poblet.
El domini del monestir de Santa Maria de Benifassà va tindre com a base la setena que incloïa les poblacions de Castell de Cabres, Coratxà, El Boixar, Fredes, Bel, El Bellestar i la Pobla de Benifassà, davall la figura de Tinença o Tenencia. Esta forma jurídica de cessió a canvi de prestacions permetia, com indica el seu nom, l’usdefruit del territori sense propietat sobre el mateix. Els abats de Benifassà, mitrats i amb càrrec representatiu en l’estat, s’erigien com a senyors feudals dels set pobles i estaven autoritzats a exigir delmes, censals i tributs als camperols, en fruits o en metàl·lic, destinats al manteniment del cenobi.
Així transcorren segles en pau fins arribar a la guerra de Successió (1702-1713), instigada per les cases reials candidates a la corona d’Espanya, que enfronta als partidaris de l’arxiduc Carlos i de Felipe V, maulets i botiflers, i que porta a un episodi de greu crisi per al monestir. Els miquelets, tropes voluntàries austriacistes, enfortides per contingents guerrillers procedents de Catalunya, es van fortificar en la Tinença i van ocupar el monestir. A l’entrada de les tropes de Felipe V en el monestir, van acusar l’abat i a 23 religiosos de ser partidaris de la causa austriacista, per la qual cosa van ser empresonats i desterrats a Catalunya. Només van quedar en Benifassà quatre monjos.
La devastació que va ocasionar la guerra i la mortífera pesta que assolava el país, van recaure amb especial virulència, com sol succeir, sobre les classes més desprotegides, empobrint els vassalls que no podien pagar els tributs. Fins a 30 anys després de la guerra, el monestir no es va recuperar, aconseguint després una etapa de prosperitat que es traduïx en millores en els edificis i que acaba en 1804-1808, amb la guerra del Francés, inici de l’imparable declivi del monestir.
En 1810 el mariscal Suchet ocupa Morella i davant de l’arribada al monestir de tropes franceses en la seua presa de posicions per a l’assetjament a Tortosa, els monjos van posar l’arxiu sota la custòdia dels P.P. Predicadors d’Eivissa. Dissoltes les ordes religiosos per José Bonaparte, i més tard per les Corts de Cadis de 1812, els monjos van abandonar el monestir fins a 1814 quan Fernando VII va restituir els béns confiscats a les comunitats religioses. L’exclaustració definitiva es va produir en 1835 amb la Desamortització de Mendizábal.
El Carlisme va portar els fronts a les muntanyes que amb el seu relleu proporcionaven cobertura natural a les partides carlines, faltats de dispositius militars com per a afrontar batalles en camp obert. Les encrespades muntanyes de la Tinença, centre neuràlgic entre Catalunya, Aragó i València, va constituir un quarter inexpugnable, fàcilment defendible davant d’un exèrcit isabelí vulnerable a la guerra de guerrilles, i de gran valor estratègic ja que per la seua proximitat a les zones d’aprovisionament de la Plana, permetia realitzar ràpides incursions de saqueig i retirada al bastió muntanyós. Per tot això, la Tinença va ser centre d’operacions de Ramón Cabrera, en els set anys de la primera llarga guerra del Carlisme. El Tigre del Maestrat, com era conegut el sanguinari general, defensor de l’absolutisme del pretendent Carlos, va convertir el monestir en quarter, hospital militar i presó.
El 30 de setembre de 1838 la columna liberal al comandament del General Pardiñas va ser aniquilada per Cabrera en Morella. En la batalla va morir el general i 2.000 presoners van ser portats al monestir i abandonats, morint per inanició. Només van sobreviure 200 que foren forçats a reconstruir les muralles de Morella. Quan les tropes isabelines van recuperar el monestir, van incendiar l’església, com a represàlia i perquè este baluard no caiguera de nou en mans carlines. En memòria del despietat extermini dels seus soldats, el govern liberal va alçar en 1841 en la plaça del monestir un monòlit de pedra que hui ja no existeix. Encara que s’ignora el seu parador, cap placa o inscripció substitutiva manté la memòria dels què allí van morir de forma tan atroç.
L’abandó del monestir després de l’exclaustració i els dramàtics episodis de les guerres va comportar la pèrdua de valuosos documents històrics i obres d’art, com el primer manuscrit del Llibre dels Furs i tot el patrimoni religiós, altars, quadros, orfebreria i ornaments, si bé Castelló va arreplegar gran part de l’arxiu que més tard es va cedir a l’Arxiu Històric Nacional.
És de doldre que el desmantellament desamortitzador de les propietats eclesiàstiques se saldara amb la pèrdua d’un riquíssim patrimoni artístic i documental. Les exclaustracions van cedir els predis monacals a propietaris privats que poc o res van fer per mantindre’ls, responsabilitat que, d’altra banda, tampoc els corresponia i que la política cultural de l’Estat no va assumir. Així, la pèrdua, destrucció i venda fraudulenta han balafiat l’ingent patrimoni dels monestirs valencians, com el de Benifassà.
Amb tot, per la magnificència de les seues ruïnes i el seu històric passat, el monestir va ser declarat Monument Nacional en 1931 amb el nom de Reial Convent de Santa Maria de Benifassà.
En 1956 la Diputació de Castelló va adquirir el que restava del monestir i, amb l’ajuda de la Direcció General de Belles Arts, va començar la seua neteja i restauració però al no poder continuar-la va cedir els drets sobre el monestir a l’Orde de Sant Bruno que el va convertir en cartoixa femenina, per la qual cosa també rep el nom de Cartoixa de Santa Maria, única de clausura d’esta orde en tot el país.
Esta joia de la Tinença de Benifassà, en La Pobla de Benifassà, recull la història de la comarca, o més aïna les conseqüències del seu esdevindre en anònims protagonistes de la seua crònica que no han viscut les seues glòries però sí les seues desventures. El monestir obri les seues portes al públic els dijous de 13:00 a 15:00 h per a admirar el pas del romànic al gòtic en els seus edificis del segle XIII al XVIII.