Julio de 1233. Crónica del sitio y conquista de Burriana (1ª Parte)

Julio de 1233. Crónica del sitio y conquista de Burriana (1ª Parte)

A mediados de mayo de 1233 las tropas del rey Jaume I pusieron sitio a Burriana. Dos meses después, el 16 de julio, la ciudad caía en poder de los cristianos y se abría para ellos el enorme vergel del reino valenciano. Estamos pues a escasos días del aniversario de un hecho histórico. Burriana era considerada por aquella época una plaza poco menos que inexpugnable, y Don Blasco de Alagón, el triunfante conquistador de Morella, viajó expresamente hasta allí para intentar convencer al rey de que levantara el sitio y se aviniera a un acuerdo con el rey moro de Valencia. Pero la decisión del Conquistador estaba tomada. Tras arrasar los campos de Jérica, Viver y Torres Torres, se unieron a él los Maestres del Temple y del Hospital, el Comendador de Alcañiz y el de Montalbán, y todos se fueron como un solo ejército a sitiar la colosal población de Burriana, de la que se decía que era la verdadera puerta a Valencia.

Ermita de Santa Bárbara. Autor, espaimenut.com

Ermita de Santa Bárbara. Autor, espaimenut.com

El ejército de Don Jaume estaba constituido por 25000 infantes y 2000 caballos, que acamparon en los campos de alrededor y en los poblados limítrofes al castillo. El esfuerzo en hombres no era para menos: los de Burriana contaban con refuerzos del rey valenciano alcanzando la cifra de 2500 soldados, entre naturales y foráneos, a los que había que sumar los miles de habitantes civiles alojados por aquella época en la población. Para batir las murallas Don Jaume ordenó construir de inmediato dos catapultas gigantes de madera, en cuyo extremo disponían de una especie de honda a la que cargaban rocas de gran peso. Cuando los soldados liberaban el contrapeso (cajas repletas de plomo o de cantos de piedra), la honda arrojaba su proyectil con tal fuerza que la muralla, de ser alcanzada, podía sufrir desperfectos muy considerables.

La mejor ola. Autor, Gonzalo Caro Sagüés

La mejor ola en la playa de Burriana. Autor, Gonzalo Caro Sagüés

Claro que los moros sabían responder con prontitud. En especial utilizando otros ingenios llamados algaradas, capaces de lanzar piedras a gran distancia desde lo alto de los muros del castillo. Sin embargo los de Burriana andaban tan castigados con las catapultas cristianas, que a menudo apenas si dejaban asomar la cabeza por encima de las almenas. De modo que para romper el sitio, cuyo objeto era en definitiva lograr su rendición por hambre o sed, éstos salían con frecuencia al amanecer, o con las últimas luces del día para provocar así a los cristianos. Las escaramuzas eran cosa de todos los días, y en el mejor de los casos los atacantes llegaban a robar algunas cabezas de ganado de los contornos, con lo que conseguían así alargar la vida de los sitiados. Estos lances eran tan seguidos, y tan lenta la obra de las catapultas demoliendo la muralla, que el Conquistador se vio pronto en la tesitura de alargar el asedio más allá de la estación cálida (lo que hubiera supuesto un contratiempo, y probablemente la retirada de sus huestes ante los conocidos estragos del invierno).

Continuará…