Paisajes del Maestrazgo. El arte de la Piedra en seco (2ª Parte)

Paisajes del Maestrazgo. El arte de la Piedra en seco (2ª Parte)

Pero no son solo muros aquellas construcciones que aguantan la tierra de cultivo. Cuando estos tenían dos caras vistas se llamaban paredes, y servían para delimitar labrantíos y pastos en todo el término de la villa. De esta manera las tierras se cercaban respecto a los caminos y veredas, dificultando así los movimientos incontrolados del ganado. Todas estas paredes disponían como es lógico de unas porteras de acceso. Y por eso, las porteras de madera de enebro, sabina o encina son uno de los elementos que han dado personalidad a nuestro paisaje. Éstas giraban por lo común sobre uno de sus montantes, que quedaba afirmado gracias a una piedra de grandes dimensiones, o gorronera, con un agujero en el centro.

El muro. Autora, Patricia Monfort

El muro. Autora, Patricia Monfort

Tierra de ganados y gestas de trashumancia, no podría entenderse el paisaje del Maestrazgo sin citar el trazado de los caminos ganaderos. Se trataba de vías expresamente preparadas para que circulase el ganado, y por tanto con un ancho considerable, a menudo de más de 25 o 30 metros, lo que permitía que éste pudiera ir alimentándose al tiempo que avanzaba. Buena parte de estas vías formaban parte de la red de caminos ganaderos controlados por el «Lligallo», un nombre genérico que designaba las agrupaciones locales o mancomunadas relacionadas con intereses ganaderos de todo tipo: mantenimiento de caminos, puntos de agua, descansaderos, eliminación de lobos y «alimanyes», etc.

Mi refugio. Autor, Virgilio Beltrán

Mi refugio. Autor, Virgilio Beltrán

Otro tipo de caminos construidos con piedra seca eran los vecinales, estrechos, 3 o 4 metros como máximo, y delimitados por paredes. En ciertas zonas se denominan caletxes, y permitían también el paso de rebaños cuando éstos subían a las zonas de pasto de los pueblos. Por supuesto, los caminos locales eran recorridos asiduamente por campesinos acompañados de sus animales de carga, mulos casi siempre. Y también, como no podía ser de otra forma, por las reatas de acémilas de aquellos sempiternos arrieros, que recorrían España con sus artículos de venta transportados en grandes alforjas a ambos lados de cada animal. Posteriormente se acondicionaron muchos de estos caminos para el paso de carros, y más tarde para vehículos de motor de todo tipo.

Continuará…