Vall de Crist, o la vida cotidiana de los Cartujos (2ª Parte)

Vall de Crist, o la vida cotidiana de los Cartujos (2ª Parte)

Las cartujas poseyeron con el paso de los años importantes bienes en forma de tierras, edificios y otras heredades, pero esta riqueza nunca trascendió a la vida cotidiana de los monjes. Soledad, silencio y pobreza eran sus marcas características, un modo de vida dirigido con mano firme por figuras como el vicario o el prior. Este último constituía la máxima autoridad del monasterio y era elegido en libre votación por los padres y hermanos de la congregación. El silencio, en especial, resultaba imprescindible para el quehacer diario de todo monje cartujo, de modo que las palabras solo se utilizaban en contadas ocasiones: cantos litúrgicos, o bien durante algunas labores cotidianas, y aún así solo para aquello estrictamente necesario. Los domingos suele haber un tiempo de asueto, y los lunes, si el tiempo lo permite, un paseo de tres horas fuera de los muros del monasterio en el que cada monje puede hablar libremente (aunque guardando las formas) con sus compañeros.

Cubiculum. Autor, El senyor dels Bertins

Cubiculum de una cartuja. Autor, El senyor dels Bertins

El resto de la semana, la vida transcurre con la misma cadencia establecida desde tiempos medievales. Al toque de campana se suceden como un reloj las horas canónicas, verdadero latir vital que marca, siglo tras siglo, el paso transfigurado de los monjes blancos. Poco antes de la medianoche, el silencio de salas y corredores se ve roto por un roce continuado de pies camino de la iglesia, donde los maitines y laudes dan paso a sendos oficios que duran por término medio de dos a tres horas. Lejos quedan los tiempos en que, para evitar la incomodidad de los sabañones, cada monje llevaba bajo sus mantos una piedra caliente envuelta en un trapo. Después de la misa llega un nuevo descanso hasta que, al filo de las 7,00h, comienza la hora prima y las principales actividades de la jornada. La vida comienza una vez más, el sol brilla sereno y todo transcurre sin sobresaltos hasta el mediodía. Ese es el momento en que los monjes se retiran a comer en la soledad de su celda, pues tan solo se reúnen en el refectorio los domingos y fiestas de la orden, acompañados por la voz monocorde de un hermano leyendo lecturas piadosas, o textos sacados de La Biblia.

Capilla Baja. Cartuja de Vall de Crist. Autor, nostravalencia.com

Capilla Baja. Cartuja de Vall de Crist en Altura. Autor, nostravalencia.com

Los cartujos no comen carne pero si pescado, al tiempo que los viernes, en recuerdo de la Pasión del Señor, evitan ingerir otra cosa que pan y agua. Con la hora nona, a eso de las dos de la tarde, llega el estudio en la celda, la oración y el trabajo fortalecedor en el huerto individual de cada padre. Estas actividades preceden a otra comida frugal, al Ángelus de Completas y al reposo final de los monjes, que de forma variable se estipula entre las 19,30h y las 20,00h de la noche. En definitiva, ayunos, oración y paz; oficios y liturgia caracterizados por su extrema sobriedad, donde los ritos se acompañan siempre de un canto sin edad, más lento que el gregoriano y mucho más espiritual. Fuera de esta solemnidad común, el silencio y el mundo interior de cada monje constituyen las únicas realidades capaces de pervivir tras los altos muros de Vall de Crist. Valle de Cristo, la cartuja del Palancia y de don Martín llamado el Humano, quien sentenció su emplazamiento final con la frase ya legendaria: «en todo lo visto no hallaba puesto que se pareciese más al Valle de Josafat».