Ludiente

La princesa de la Giraba

La villa de Ludiente está enclavada en la comarca del Alto Mijares, asentada sobre una pequeña península rocosa y es población de habla castellana, en la que aparecen numerosos giros valencianos. Junto a ella se une el barranco de Santa Anna al río Villahermosa, formando una garganta por la que este río se abre paso de forma impetuosa, contorneando el monte de la Mola. Aguas arriba del pueblo se encuentra el caserío de la Giraba, emplazado en la misma orilla del Villahermosa.
En este caserío se alzaba, entre el río y el barranco, sobre un altozano, la Torre de Giraba, hoy en estado de ruina. Antiguamente se llamó de San Vicente, aunque su origen se remonta a la dominación musulmana, pues aparece documentada ya en el siglo XIII. Se cuenta que a este lugar acudía a pasar los días de verano cierto rey moro que tenía una hija muy hermosa. Tanto que su propio padre estaba prendado de su belleza, hasta el punto que no quería compartir su compañía con ningún otro hombre, pues pensaba que no habría ninguno que pudiese merecerla.
Pero la naturaleza humana es casi siempre ingobernable y, pese a la casi permanente reclusión en que vivía la joven princesa en la Torre, para mantenerla oculta de miradas masculinas, ésta trabó amores con un apuesto joven, pasión que no tardó en ser conocida por su padre. Esto hizo que montase en cólera el monarca moro y reprendiese con dureza a su hija, acusándola de haberle desobedecido.
No por ello se resignaron los dos enamorados a romper su relación y la oposición real tan solo sirvió para hacer más fuerte su pasión. Conocedor de su obstinación, el rey mandó recluir a la hija en el interior de la Torre, poniéndola bajo custodia de una guardia de toda su confianza. Esta tenía orden de no permitir que entrase nadie en el interior de la fortaleza, bajo pena de muerte, ni tampoco debían dejar salir a la princesa.
Así, todas las tardes, cuando el sol comenzaba a declinar, se podía ver a la bella princesita asomada entre las almenas de la terraza de la Torre, buscando con la mirada la figura de su amado que, escondido entre los árboles, le lanzaba al aire sus besos de amor.
Pasaban los días y la prisionera se negaba a comer por lo que su hermosura reflejaba los zarpazos del dolor que la afligía. Hasta que, inesperadamente, la Torre amaneció un día vacía. La Princesita y sus guardianes habían desaparecido como por arte de encantamiento. Y esto es lo que realmente había sucedido. Por un extraño acontecer la petición que ella realizaba todos los días se le había concedido. Había quedado libre pero sujeta a un conjuro del que solamente podría escapar si alguien, cuando ella se le apareciese, conseguía deshacerlo. Así, bajo distintas formas, la Princesa se personaba esperando que alguna alma compasiva, consiguiera deshacer su encantamiento.

El desenlace de esta historia lo recogí en un relato de Monzó Nogués que dice así, con el lenguaje propio de aquellas tierras:
“Cuéntase que en las fértiles tierras de la Giraba hallábase un pacífico labrador trabajando sus tierras, cuando se le acercó una anciana que colgaba en su brazo derecho una gran cesta de quincallera repleta de cachivaches y abalorios de cristal. Entrada en el campo de nuestro labrador, le dijo:
– Güen hombre, mérqueme los trasticos.
El labrador levantó la cabeza y le dijo:
– Güena mujé, y eso ¿pa que lo quiero?
– Mércalo, güen mozo, que no t´has d´arrepentir- insistió sollozando.
A lo que el buen hombre contestó:
– Mirusté, que no tengo inero.
La viejecita suspiró y derramando unas lágrimas se alejó gritando desconsolada:
– Desgraciau, desgraciau! T´huviese hecho ricucho y m´hubià casau contigo si me mercas la cesta de quincalla, con lo que m´habrías sacau del encanto. Soy la Princesa encantá de la Torre. Desgraciau….
Y cuando la viejuca se perdía entre los frutales de la orilla del río el joven labrador se mesaba los cabellos viendo como había perdido su felicidad y la ocasión de coyundar con una hermosa Princesa encantada”.


Traducció al valencià:

La princesa de la Giraba

La vila de Ludiente està enclavada en la comarca de l’Alt Millars, assentada sobre una xicoteta península rocosa i és població de parla castellana, en la que apareixen nombrosos girs valencians. Al seu voltant s’uneix el barranc de Santa Anna al riu Villahermosa, formant una gola per la qual este riu s’obri pas de forma impetuosa, contornejant la muntanya de la Mola. Aigües amunt del poble es troba el caseriu de la Giraba, emplaçat en la mateixa vora del Villahermosa.
En este caseriu s’alçava, entre el riu i el barranc, sobre un altell, la Torre de Giraba, hui en estat de ruïna. Antigament es va anomenar de Sant Vicent, encara que el seu origen es remunta a la dominació musulmana, perquè apareix documentada ja en el segle XIII. Es conta que a este lloc acudia a passar els dies d’estiu un cert rei moro que tenia una filla molt bella. Tant que el seu propi pare estava enamorat de la seua bellesa, fins al punt que no volia compartir la seua companyia amb cap altre home, perquè pensava que no hi hauria cap que poguera merèixer-la.
Però la naturalesa humana és quasi sempre ingovernable i, a pesar de la quasi permanent reclusió en què vivia la jove princesa en la Torre, per a mantenir-la oculta de mirades masculines, va travar amors amb un templat jove, passió que no va tardar a ser coneguda per son pare. Açò va fer que muntara en còlera el monarca moro i reprenguera amb duresa a la seua filla, acusant-la d’haver-li desobeït.
No per això es van resignar els dos enamorats a trencar la seua relació i l’oposició reial tan sols va servir per a enfortir la seua passió. Coneixedor de la seua obstinació, el rei va manar recloure la filla en l’interior de la Torre, posant-la baix custòdia d’una guàrdia de tota la seua confiança. Esta tenia orde de no permetre que entrara ningú en l’interior de la fortalesa, baix pena de mort, ni tampoc havien de deixar eixir a la princesa.
Així, totes les vesprades, quan el sol començava a declinar, es podia veure a la bella princeseta aguaitada entre els merlets de la terrassa de la Torre, buscant amb la mirada la figura del seu amat que, amagat entre els arbres, li llançava a l’aire els seus besos d’amor.
Passaven els dies i la presonera es negava a menjar pel que la seua bellesa reflectia les arpades del dolor que l’afligia. Fins que, inesperadament, un dia la Torre, a trenc d’alba, va aparèixer buida. La Princesa i els seus guardians havien desaparegut com per art d’encantament. I açò és el que realment havia passat. Per un estrany succeir la petició que ella realitzava tots els dies se li havia concedit. Havia quedat lliure però subjecta a un conjur de què només podria escapar si algú, quan ella se li apareguera, aconseguia desfer-lo. Així, davall distintes formes, la princesa es personava esperant que alguna ànima compassiva, aconseguira desfer el seu encantament.
El desenllaç d’esta història el vaig arreplegar en un relat de Monzó Nogués que diu així, amb el llenguatge propi d’aquelles terres:
“Cuéntase que en las fértiles tierras de la Giraba hallábase un pacífico labrador trabajando sus tierras, cuando se le acercó una anciana que colgaba en su brazo derecho una gran cesta de quincallera repleta de cachivaches y abalorios de cristal. Entrada en el campo de nuestro labrador, le dijo:
– Güen hombre, mérqueme los trasticos.
El labrador levantó la cabeza y le dijo:
– Güena mujé, y eso ¿pa que lo quiero?
– Mércalo, güen mozo, que no t´has d´arrepentir- insistió sollozando.
A lo que el buen hombre contestó:
– Mirusté, que no tengo inero.
La viejecita suspiró y derramando unas lágrimas se alejó gritando desconsolada:
– Desgraciau, desgraciau! T´huviese hecho ricucho y m´hubià casau contigo si me mercas la cesta de quincalla, con lo que m´habrías sacau del encanto. Soy la Princesa encantá de la Torre. Desgraciau….
Y cuando la viejuca se perdía entre los frutales de la orilla del río el joven labrador se mesaba los cabellos viendo como había perdido su felicidad y la ocasión de coyundar con una hermosa Princesa encantada”.


Un artículo de Pasqual Fuster
Fotografías de Pasqual Fuster