Trufas. Diez curiosidades de la Perla del Maestrazgo (2ª Parte)
3. De mitos y leyendas las trufas saben un rato, puesto que su aroma ha servido para inspirar a los grandes artistas de todas las épocas. Al famoso autor de «El corsario», el poeta inglés Lord Byron, la inspiración le llegaba con el aroma intenso de este hongo subterráneo. De ahí que siempre escondiese un ejemplar de trufa en un cajón de su escritorio y a buen resguardo de competidores. ¿Y qué decir tiene de Alejandro Dumas, uno de los grandes autores franceses del siglo XIX? Más elitista que el anterior, este escritor lograba conectar con las musas preparando trufas bañadas en champán, receta que llegó a incluir en su obra «Diccionario de Cocina». Sorprende saber, por tanto, que debamos agradecer a la trufa negra la existencia de D’Artagnan y sus felices compañeros.
Por el Maestrazgo. Autor, Carlos Sieiro del Nido
4. Claro que la fama entre los artistas pudiera deberse también a sus supuestas propiedades afrodisíacas. Juvenal, un poeta romano acostumbrado a los excesos de la Roma Imperial, exclamaba en uno de sus versos: «¡Guárdate tu trigo, oh Libia! ¡Guárdate tus rebaños! ¡Envíame solo tus trufas!». Más pragmático, Galeno afirmaba que consumirlas en exceso podía conducir a un exceso de voluptuosidad. En el siglo XI algunos autores islámicos echaban pestes de los vendedores de trufas junto a las mezquitas, pues era un «fruto» buscado insistentemente por los libertinos, mientras que en el siglo XVIII, Pennier de Longchamp hacía incompatibles el consumo de trufa con el sagrado voto de castidad del clero. Algo de eso debió entender la cortesana más célebre de Francia, Madame de Pompadour, ya que en sus horas bajas seguía una dieta a base de trufas, apio y vainilla para estar a la altura de las exigencias sexuales de su rey, Luis XV.
Entre trufas. Autor, Joan Grífols
5. pero la anécdota más espléndida acerca de las cualidades afrodisíacas de este hongo se halla en el mismo curriculum de Napoleón Bonaparte, dueño de media Europa a principios del XIX. Durante una velada con uno de sus oficiales, el general Joaquín Murat, éste afirmó que debía su gran número de hermanos al poder vital de la trufa. «¿Cómo es esto?» preguntó el emperador. «Mi tierra es muy renombrada por la calidad de sus trufas, y nuestro padre tenía por costumbre hacerse servir una pavita rellena de trufas y rociada del mejor champán cuando quería aumentar la prole. Un mes después de este almuerzo opíparo, mi madre siempre quedaba embarazada». Napoleón quedó sin habla, puesto que deseoso de procurarse un vástago acababa de casarse con María Luisa de Austria, dejando en la cuneta a la mismísima Josefina. «¿Cuántos hermanos fuisteis, mi querido Joaquín?», preguntó entonces. «Diecinueve, sire», respondió Murat. «¡Dios nos asista! ¡Diecinueve pavitas rellenas!». Y el Emperador, tomando buena nota, mandó traer de la región de su mariscal las mejores pavas y trufas al precio que fuese necesario.
Continuará…