Un vecino de Els Ports. La historia del esquivo Treparriscos

Un vecino de Els Ports. La historia del esquivo Treparriscos

Como huyendo del invierno, ese que reina con mano de hielo en lo más inhóspito de las cumbres pirenaicas, el treparriscos (Tichodroma muraria) regresa cada otoño a nuestros roquedos de Penyagolosa, Morella y Els Ports. Es un viaje con billete de vuelta, pues aunque aquí encuentra condiciones algo más benignas, nuestro protagonista de hoy marchará siempre al norte con la estación cálida para criar a sus retoños. Una leyenda afirma que la mole del Monte Perdido, en el alto valle del Cinca, esconde el perfil de un pastor extraviado tras una tormenta desencadenada por su falta de piedad. Sea o no creíble esta historia, lo cierto es que tal personaje sufre cada año la partida de este amigo de plumas rojas y rosas. Y así, el también llamado pájaro arañero comienza su viaje en busca del sol a principios de otoño, con el frío en ciernes, para llegar hasta los riscos y paredones del Sistema Ibérico en nuestra provincia a lo largo de todo el mes de octubre y parte de noviembre.

Roquedo en el Barranco de la Carcellera de Terme, Els Ports. Autor, Virgili Verge

Roquedo en el Barranco de la Carcellera de Terme, Els Ports. Autor, Virgili Verge

Tal y como explica su nombre, el treparriscos es un escalador consumado. Su hábitat más idóneo son los roquedos aislados y los canchales con poca o ninguna vegetación, allí donde la altura no permite que crezcan apenas plantas. A resguardo de miradas indiscretas, este pájaro evoluciona subiendo y bajando por las paredes verticales en busca de arañas e insectos, los componentes principales de su dieta, y que encuentra agazapados en las fisuras de las rocas. Dicho comportamiento, unido a sus hábitos discretos y a su plumaje poco llamativo en reposo, es lo que convierte al treparriscos en una de las aves más difíciles de ver y fotografiar, incluso para el ornitólogo más experimentado. Precisamente es esta época el mejor momento para dicho cometido, pues en invierno llega a verse frecuentando lugares relativamente accesibles, como castillos, acantilados fluviales e incluso zonas periurbanas.

Para extraer de sus escondites a las arañas y demás invertebrados, el treparriscos utiliza un pico alargado y ligeramente en curva, maravillosa adaptación que le permite hurgar hasta en las cavidades más pequeñas. Mientras está por completo dedicado a esta tarea, sus plumas grises se confunden con el gris general de la pared y es muy complicado de localizar. Sin embargo, todo cambia cuando, tras terminar la inspección de una repisa, el treparriscos decide emprender el vuelo. Entonces quedan a la vista sus galas más esplendorosas, los rosas, los granates y el carmín, que destellan brevemente en un fogonazo de fuego mientras nuestro amigo evoluciona con movimientos erráticos y amariposados, muy parecidos a los de la abubilla.

treparriscos, Tichodroma muraria CASTELLON EN RUTA

Treparriscos, Tichodroma muraria

Con mucha suerte y buenas dosis de paciencia, quizás alguno de nosotros consiga disfrutar este invierno de su vuelo por los canchales de Penyagolosa o el Alto Maestrazgo. No hay que olvidar que fuera de la época de cría el treparriscos se hace solitario y bastante confiado, siendo común entonces verlo en lugares frecuentados por los excursionistas. Muchos son fieles además a sus sitios de invernada, y así es posible descubrir año tras año al mismo ejemplar, como un antiguo vecino largamente añorado, mientras regresa y toma posesión de sus rincones de siempre. Esperemos que este hecho siga repitiéndose año tras año, y que el cada vez más escaso treparriscos no deje de adornar nuestras montañas más apartadas de bellos matices rojizos y grises… como la «flor de roca» que siempre ha sido.