EL TEMPLARIO DE CULLA Y LA MORA DE BENASSAL. Una leyenda trasmitida por D. José Ruiz de Lihory, Barón de Alcahalí.

EL TEMPLARIO DE CULLA Y LA MORA DE BENASSAL. Una leyenda trasmitida por D. José Ruiz de Lihory, Barón de Alcahalí.

Introducción y adaptación de Àlvar Monferrer Monfort


Hace unos años, allá por el año 1970, me sorprendió la lectura de una leyenda que se refería a uno de los temas más distintivos de nuestra montaña, aunque quizá más desconocidos. La fiebre del esoterismo había embelesado a los aficionados por nuestro pasado y algunos pueblos del Alt Maestrat se manifestaban como lugares misteriosos, llenos de sugerencias arcanas. Parecía que detrás de cada piedra y de cada cerro se debía manifestar profundamente la pertenencia a la desgraciada orden militar que fueron los monjes del Templo de Jerusalén. Entonces la pequeña leyenda que ha motivado este trabajo me despertó la curiosidad. La afección a los frailes citados, encargados por los papas de la conquista de Tierra Santa, inventores de la letra de cambio y banqueros avant la lettre de Europa, continuó y, cuando celebrábamos el 750 Aniversario de las Cartas de Población de Benassal (1989) y Culla (1995), pueblos que la moda hizo emblemáticos, la publiqué (1989) con la intención de que todo el mundo la pudiese disfrutar y alentar a buscar otras que duermen en el seno del olvido de nuestra gente, ya que son como la punta del iceberg de un saber ancestral que no podemos permitir que se pierda. Un saber del que aún queda memoria, a pesar de los cambios de la vida actual.

  1. Josep Ruiz de Lihory, el barón de Alcahalí, elaboró esta magnífica leyenda seguramente a partir de una tradición difusa sobre los amores de un templario de Culla y una mora que él hizo oriunda de Benassal. Les dio nombres y los situó en unos paisajes concretos.

La reproducimos en las dos versiones, la castellana, publicada en 1902, y la valenciana, en 1918. En los dos casos hemos aplazado la ortografía. La castellana porque había errores graves para nuestro tiempo. Y la valenciana, porque la que empleó el autor era muy confusa y ajena a las normas actuales, dejando los castellanismos sin ninguna enmienda ni anotación. Hemos mantenido las notas sobre el texto que en ambos casos las acompañan.

Ermita de San Cristóbal desde Culla. Autora, Marian Vázquez

Ermita de la Magdalena, Benassal. Autor, Manuel Járrega

LA ERMITA DE SAN CRISTOBAL (versión castellana)

         Allá por el año 1305, poco después de la cesión que hizo D. Guillermo de Angularia a la Orden del Temple del Señorío de Cullar, en el que estaba incluido el poblado de Benasalí  (24) con sus alquerías y habitantes cualquiera que fuese su ley, sexo y condición (25), los caballeros a las órdenes del Gran Maestre Fr. Berengasio de Cardona fijaron su residencia en el castillo de la Mola, del que sólo quedan unos arcos en la parte más elevada del pueblo.

         Es fama que, al regresar cierta tarde de Cullar uno de los templarios llamado D. Cristóbal Asens, cabalgaba contemplando distraído los girones de niebla que flotaban en las hondonadas, fingiendo tenues velos que se unían o desplegaban fantásticamente en el espacio, cuando un rumor de pasos le arrancó de su contemplación haciéndole volver el rostro con enojo.

         Por vecino sendero y en opuesta dirección caminaba una joven mora de excepcional hermosura. Su talle esbelto y su figura gallarda eran el complemento de un rostro agradable, iluminado por dos ojos obscuros llenos de dulzura y animado por unos labios rojos y hechiceros. Servían de precioso cerco a su cara unos cabellos castaños de ondulaciones armoniosas que avanzaban con picaresca gracia por el centro de la frente, como si protestaran de no poder contemplar tan encantador conjunto. La mirada absorta del caballero se clavó en las pupilas de la joven, que saludó respetuosamente siguiendo su camino. Erase la tal hija de un moro adinerado, que vivía en el grupo de casas que en la cumbre del monte rodeaban la que fue mezquita, consagrada ya, a la sazón, como ermitorio de Nuestra Señora de Gracia por el primer párroco de Benasal, Nadal de la Fitera.

         Desde aquel día, las visitas del templario a la ermita fueron frecuentes, procurando en ellas ver a la hermosa joven, que se esforzaba por parecer esquiva a los cautelosos galanteos de Asens. Luchando éste entre los apremios de su ilusión y los deberes que le imponían sus votos, lo que pudo ser en sus comienzos impresión pasajera, acabó por dominarle de tal suerte, que, sin darse cuenta, vagaba constantemente por aquellos montes ocultando con simuladas cacerías el verdadero objeto que lo impulsaba. En una de aquellas expediciones llegó sediento a un manantial (26) que brotaba en el seno de una peña en la vertiente del Moncatil, y oculto entre un grupo de olmos y laureles alimentaba amplia y profunda alberca orlada de musgo, yedras y violetas silvestres.

         Atónito quedóse Asens al encontrarse allí a la hermosa joven, que aparentando ignorar la impresión que había causado al caballero, saludó cortésmente e hizo ademán de partir; pero éste la detuvo preguntándole cuál era su nombre.

  • Oras, señor, – dijo ella, cubriéndose su encantador semblante de ruborosa modestia.
  • Felices las pasaría si lograra ser dueño de tu corazón, – repuso conmovido el templario.
  • Sierva vuestra soy como todos los de mi raza, y ya que nada me pertenece, dejadme al menos el corazón libre.
  • Bien sabes, niña, desde hace tiempo que la sierva se ha trocado en soberana, y que yo no aspiro más que a ser dueño de tu amor, – objetó el caballero, tomando su mano e invitándola a sentarse sobre un añoso tronco que en la orilla de la alberca había.

     Trémula y confusa calló la joven, mientras Asens, loco de ventura, deslizaba en su oído con apasionado acento, la secreta historia de su pasión; el cómo desde el primer momento se había apoderado de su alma sin resistencia posible, hasta qué punto era ya un esclavo que alimentaba sólo la aspiración de darse todo entero a su amor, sacrificándolo todo, si preciso fuese, en aras del ser amado, por el que sostenía inacabable lucha con el deber, convencido de que su piedad era impotente ante su ternura.

     La mora silenciosa, con la cabeza abatida y los ojos húmedos, ni asentía ni rechazaba aquellas dulces frases que, flotando en un ambiente de romanticismo, llegaban a sus despiertos oídos, tenues pero insinuantes y sugestivas, produciéndole aquella ternura un arrobamiento inefable.

  • ¿por qué no me contestas, cielo mío? – dijo Asens contrariado al ver el persistente silencio de la joven.
  • Porque no debo, señor, porque al revelarme vuestro cariño me habéis hecho la más desgraciada de las mujeres por la imposibilidad de realizar esos ensueños que con tanta vehemencia acariciáis, porque todo lo que podéis decirme de vuestro amor, está muy lejos aún de lo que yo me he dicho a mi misma al pretender ahogar el mío; porque yo os amo también. Asens, ¿a qué negar lo que mi emoción exterioriza? Pero os ruego tengáis lástima de una desgraciada mujer y tratéis de olvidarla, única manera de salvar esta situación equívoca y evitar los males que sobre nosotros se ciernen, no lejanos, vagos e indefinidos, sino próximos y ciertos. Si el Gran Maestre conociera vuestro amor os sometería a un proceso de fatales consecuencias; si mi padre supiera que amo a un cristiano, me mataría o se moriría de pena.
  • Desecha pueriles temores, – objetó el templario – que la verdadera, la única amargura posible para mí es la privación de tu cariño. El corazón no admite convencionalismos sociales, y, si crees que soy víctima de un sueño, dejadme soñar, que la realidad de la vida jamás logra alcanzar el encanto que un ensueño de amor nos proporciona.


Calle de Culla. Autor, Luis A. P. Wolgeschaffen

Benassal. Autor, Antonio Porcar

Font d´En Segures, Benassal

Ermita de San Cristóbal, Culla. Autor Juan Emilio Prades

     Las entrevistas de los enamorados se sucedieron unas veces en la cueva de Antebrusco, otras en el manantial, favorecidos por la fidelidad y la astucia de un esclavo que les servía de intermediario. Así transcurrieron los días hasta que Asens recibió orden de marchar precipitadamente a Peñíscola.

Al amanecer del siguiente día se citaron los amantes para despedirse en la misma fuente donde tuvieron la primer entrevista.

  • Júrame, Oras, – dijo Asens al ver a la joven que densamente pálida lo estaba esperando junto a la alberca- júrame guardar cariñoso culto a mi cariño.
  • No, Cristóbal, respeta mis supersticiosos temores, no exijas juramentos que no necesitas; ¿dudas por ventura que cuando estés solo y triste, yo no lo estaré menos, porque tendré que ocultar los pesares vigilando mi rostro y mis palabras para que no me traicionen? ¿temes que te olvide? – añadió sonriendo tristemente- Mira el fondo de esa tranquila agua cómo refleja nuestras imágenes; pues si te olvido, sean estas mismas aguas, testigo hasta hoy de nuestros amores, tumba a mi falsía. Poder para el castigo no falta al señor, resolución para sufrirlo, sobra a la sierva.
  • Fío en ti, Oras, y ocurra lo que ocurra, pese a quien pese, véate o no te vea, tuyo soy siempre – repuso Asens depositando un beso de fuego en los pálidos labios de su amada y saltando sobre su montura para desaparecer en el bosque.

Desagradables incidentes precursores de las calumnias de que eran víctima los cruzados del Temple, obligaron al caballero a marchar desde Peñíscola a Francia con pliegos reservados. Allí adquirió el convencimiento de que se avecinaba un desenlace funesto para la orden a que pertenecía, por las intrigas de los poderosos interesados en extinguir aquel organismo social tan protegido por los reyes con privilegios y donaciones.

Pero todos aquellos sucesos de tan excepcional importancia ocuparon lugar muy secundario en la mente de Asens dominada en absoluto por el recuerdo de Oras, visión encantadora para él, nunca evocada y siempre presente. Cumplida su misión, el regreso no se hizo esperar.

Llegado que hubo a Benasalí, saboreando con deleite la impresión que produciría en su amada tan inesperado retorno, salió del pueblo cautelosamente por el camino de Cullar.

Al llegar atravesando sendas a la vertiente occidental del monte, le sorprendió una de esas tormentas estivales que en aquellos parajes resultan tan imponentes como peligrosas. Una penumbra grisácea fue poco a poco circundándolo todo, una nube plomiza cubrió el espacio, iluminado sólo por cárdenas cintas de fuego; los truenos comenzaron a retumbar en aquellas montañas con horrísono e inacabable fulgor; gruesas gotas de lluvia caían con violencia sobre la abrasada tierra haciéndola exhalar ese olor penetrante y característico de la tierra superficialmente mojada; y el huracán sacudía violentamente los troncos de los árboles desgajando sus ramas y azotando el rostro del caballero, que, mojado y maltrecho, se hubo de cobijar en el repliegue que formaban las rocas junto a la alberca tantas veces objeto de su recuerdo. Pretendiendo disipar el supersticioso temor que la tormenta le produjera, guarecido aquí, pensó, esperaré se disipe la nube y luego subiré a la ermita, daré gracias a la Virgen por mi feliz retorno y veré a Oras, porque todas estas gentes saldrán a saludarme después de tan prolongada ausencia.

Como si la naturaleza quisiera entonces desenojar al templario favoreciendo su proyecto, un girón de cielo apareció azulado y brillante en el horizonte y un rayo de sol, filtrándose por los intersticios de las obscuras nubes, surcó la atmósfera dándole un beso de fuego a la tormenta, que, al mirarse vencida, huyó atropelladamente avergonzada desprendiendo algunas lágrimas por su derrota.

Dominado por inexplicable tristeza y evocando una tras otra todas las dulces remembranzas de sus amores, permaneció Asens sentado sobre el mismo tronco testigo mudo de su pasada dicha, contemplando el agua de aquella alberca en cuya superficie se dibujaban y se confundían múltiples círculos concéntricos al contacto de las gotas de la pasada lluvia, que se desprendían temblando de los olmos y laureles que le servían de toldo. Así permaneció largo rato. Una meditación profunda absorbía todo su ser, las nubes que en el cielo habíanse disipado, iban lentamente acumulándose en el corazón que palpitaba apresurado como si presintiera una desgracia. Dióse al fin cuenta de su estado y se levantó resuelto a dominar aquella inconcebible nerviosidad y proseguir su camino; pero la fascinación que le producía la superficie del agua, ya tranquila y trasparente, atrajo de nuevo su mirada, porque, lo propio que el día de su última entrevista con Oras, vió dibujarse entre los limos del fondo la imagen de la joven, y…otra que no era la suya, sino la de un joven moro que la recibía en sus brazos. Las aguas habían sido más fieles al caballero que la mujer.

Aquella tarde, al ir el ermitaño de Nuestra Señora de Gracia a tocar ánimas, encontró tendido en las gradas del altar a un templario con el pecho atravesado por la daga que llevara al cinto, y oprimiendo entre sus helados labios un medallón. Acercóse para prestarle auxilio, y al incorporar el casi inanimado cuerpo, abrió Asens sus vidriados ojos y con voz tan apagada cual si saliera de una tumba dijo:

  • Tuyo soy siempre…. – y expiró.

Aquella modesta ermita, lugar del trágico suceso, fue derruida por orden del Gran Maestre, que a expensas de la orden construyó otra más espaciosa, dándole la advocación de San Cristóbal, en memoria del nombre del malogrado caballero.

El Barón de Alcahalí.

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(24). Hoy Benassal

(25). Textual del documento firmado por D. Jaime II y autorizado por Guillermo Vernet, que se conserva en aquel Archivo Municipal.

(26). Hoy Fuente En Segures, de la que desapareció la alberca y casi el arbolado cuando se hizo la plazoleta que hoy existe.

Culla

Carrer de Benassal

Alt Maestrat

 


Traducció al valencià:

EL TEMPLER DE CULLA I LA MORA DE BENASSAL. Una llegenda trasmesa per D. José Ruiz de Lihory, Baró d’Alcahalí.

Introducció i adaptació d’Àlvar Monferrer Monfort


Fa uns anys, allà pel 1970, em sorprengué la lectura d’una llegenda que es referia a un dels temes més propis de la nostra muntanya, tot i que potser més desconeguts. La febre de l’esoterisme havia corprés els aficionats pel nostre passat i alguns pobles de l’Alt Maestrat es manifestaven com llocs misteriosos, plens de suggerències arcanes. Semblava que darrere de cada pedra i cada turó s’havia de manifestar pregonament la pertenença a la malhaurada ordre militar que foren els freires del Temple de Jerusalem. Aleshores la petita llegenda que ha motivat aquest treball em va colpir la curiositat. L’afecció als frares citats, encarregats pels papes de la conquesta de Terra Santa, inventors de la lletra de canvi i banquers avant la lettre d’Europa, va continuar i, quan celebràvem l’avinentesa del 750 Aniversari de les Cartes de Població de Benassal (1989) i Culla (1995), pobles que la moda féu emblemàtics, la vaig publicar (1989) amb la intenció de què tothom la pogués fruir i encoratjar-los a cercar-ne d’altres que dorman al si de l’oblit de la nostra gent, ja que són com la punta de l’iceberg d’un saber ancestral que no podem permitir que es pergue. Un saber del que encara en resta memòria, malgrat els canvis de la vida actual.

Josep Ruiz de Lihory, el baró d’Alcahalí, elaborà aquesta magnífica llegenda segurament a partir d’una tradició difusa sobre els amors d’un templer de Culla i una mora que ell va fer de Benassal. Els donà noms i els situà a uns paissatges concrets.

La reproduïm en les dues versions, la castellana, publicada en 1902, i la valenciana, en 1918. En els dos casos hem ajornat l’ortografia. La castellana perquè hi havia errors greus per al nostre temps. I la valenciana, perquè la que emprà l’autor era força vacil·lant i aliena a les normes actuals, i deixem els castellanismes sense cap esmena ni anotació. Hem mantingut les notes sobre el text que en amdós casos les acompanyen.

L’ERMITA DE SANT CRISTÒFOL (versió valenciana)

L’ERMITA DE SANT CRISTÒFOL (versió valenciana)

Allà per l’any 1305, demprés de la cessió que feu En Guillem d’Angulària a l’Orde del Temple del Senyoriu de Culla, en el que estava encloit el poblat de Benassalí (²7), els cavallers a les ordes del Gran Mestre Frai Berengario de Cardona, fixaren residència en el Castell de La Mola, del que sols queden uns arcs ruïnosos en la part més alta del poble.

Conta la fama que al tornar certa vesprà de Culla u dels templaris nomenat En Cristòfol Asens, encontrà creuant la senda una jove mora de gran hermosura, L’esbelta figura, era el complement de una cara adorable, il·luminada per dos ulls obscurs plens de dolçors i animada per uns llavis bermells i temptadors. La mirada del cavaller se clavà en la enguixadora jove, que saludà respectuosament, proseguint son camí. Era la filla d’un moro adinerat que vivia en la agrupació de cases que llavors rodaven la que fou Mesquita, consagrada ja en aquell entonces com ermitori de Nostra Senyora de Gràcia pel primer rector de Benasal, Nadal de la Figuera.

Den d’aquell dia les visites del cavaller a l’ermita foren freqüents, procurant en elles vore a la falaguera jove que aparentava no posar ficaci a les asiduïtats interessades d’Asens. Lluitant en els apremis de la ilusió i els deures sagrats que li imposaven els vots, lo que pogué ser a primeries impresió joganera, acabà per dominar-lo en tan gran manera, que sens donar-se compte, vagava constantment per aquelles muntanyes, ocultant en fingides caceries, l’objecte principal que l’espentejava.

En una d’aquelles expedicions, arribà sedent a un manantial que brollava d’una roca en forma de cova en la vertent del Moncatil, i que amagat entre oms i llorers alimentava una bassa, en quals vores s’entremesclaven l’hedra i les violetes silvestres,

Atònit quedà Asens al trobar allí a l’hermosa jove, que aparentant no conéixer la impresió que havía causat al cavaller saludà en cortesia fent acció d’anar-se’n, però ell la feu aturar, preguntant-li com li díen.

  • Oras, senyor – digué ella ruborosament.
  • Molt felices les passaria si conseguira ser dueño del teu cor – digué conmogut el templari.
  • Esclava vostra soc, com tots els de ma condició, i ja que res me pertany, deixeu-me al menys el cór lliure.
  • Bé coneixes, nineta, que fa temps t’has trestocat en subirana, i que jo no vullc ser amo més que del teu cór – retrucà el cavaller, prenint-li la mà i fent-la sentar en un tronc que vora la bassa havia.

Capficada i confosa, callà la jove, mentres Asens, foll d’amor, li contava a cau d’orella, en paraules apassionades, la secreta història del seu patiment, el com den de primeries, se li havia apoderat de l’ànima, sens poder resistir la passió; fins el punt de que era ja esclau, que sols ensomiava el ser per ella dominiat, sacrificant-lo tot si presís fóra per aquell amor, que lluitava en el seu deure, convençut d’esvanir aquella passió.

La mora, pensívola, en lo cap abatut i els ulls humits, ni recollia ni rebujava aquelles dolces paraules que flotant en un ambient de romanticisme, arribaven a ses desperts ouits tendres, insinuants i sugestives, produint-li un arrobament inefable.

  • Per què no contestes, aimada meua? Digué Asens mortificat per aquell persistent silenci de la jove.
  • Perque no puc, senyor; perque al revelar-me vostre voler, m’haveu fet la més desgraciada de les dones, per la impossibilitat de realitzar eixos ensomits. Perque tot lo que pugau dir-me de vostra passió, està molt llunytà de lo que yo m’ha dit a l’intentar esmortir la meua; perque yo os vullc també Asens. A què negar lo que ma emoció esterioritza? Però vos pregue tingau llàstima d’una pobra dona, i tracteu d’oblidar-la, única manera de salvar esta situació equívoca i evitar les marors que sobre nostres caps suren. Marors no llunytanes i indefinides, sinó pròximes i evidents. Si el Gran Mestre coneguera vostre amor, vos sotmetria a un procés de conseqüències fatals; si mon pare tinguera notícia de la passió que sent per un cristià, me mataría o es moriria de pena.
  • No sigues temorica, que l’única desgràcia possible per a mí és el perdre el teu carinyo. El cór no admitix mentires socials; i si creus estic confús per un ensomit, déixam ensomiar, que la realitat de la vida en jamai logra ser tan falaguera com la delícia que un ensomit d’amor nos proporciona.

Les entrevistes dels enamorats seguiren unes voltes en la cova d’Antebrusc, altres en lo manantial, favorides per la fidelitat d’un esclau, que els servia d’intermediari. Així passaren els dies, fins que Asens va rebre orde d’anar precipitadament a Penyíscola.

A punta de dia del següent s’encontraren els aimants per a despedir-se en la mateixa font a on havien tengut el primer encontre.

  • Jura’m, Oras – digué Asens a la jove que pensívola l’esperava vora la bassa -jura’m no oblidar-me.
  • No, Cristòfol, no exigisques juraments, que no necessites; duptes acàs que quan estaràs lluny i trist jo no ho estaré menys, perque tindré que amagar el pesar per a no fer traïció al pensament? Creus que puc oblidar-te? I afegí en un trist mig-riure: Mira el fons d’eixa aigua com reflecta nostres imatges; puix si t’oblide, siguen estes mateixes aigües testimoni de nostre voler, tomba a ma falsia. Poderiu per al castic no manca al Senyor, ressolució per a sofrir-lo sobra a l’esclava.

El funest desenllaç que s’aveïnava per a l’Orde del Temple, obligà el cavaller a embarcar-se en Penyíscola per a França. Però tots aquells aconteiximents tan importants i tracendents, ocuparen un lloc molt secundari en el seny d’Asens, dominiat pel record d’Oras, visió per a ell mai evocada i sempre present. Complida sa misió, no es feu esperar el retorn.

A l’arribar a Benassalí, saborejant deleitós la impresió que produiria a sa aimada tan inesperat retorn, ixqué del poble recatadament pel camí de Culla.

A l’arribar travessant dreceres a la vertent occidental de la muntanya, el sorprengué una d’eixes tormentes estiuenques, que en aquelles altures resulten tan imponents com perilloses. Una boira grisenca anà poc a poc enfosquint-ho tot; els llamps a primeries, i els trons atropellant els llamps per aquelles muntanyes, donaven una sensació de paorosa fredat.

Grosses gotes de pluja caïen en violència sobre l’abrasida terra, impregnant l’ambient d’eixe olor penetrant i característic; l’huracà esbatusava els arbres, desgallant ses rames i trencant simals que nafraven al cavaller, que xopat i estamordit, s’acollí al raser d’unes roques, junt a la basseta tantes voltes per ell anyorada. Guarit ací – pensà – aguardaré se desvanixca el núvol; pujaré a l’ermita, donaré gràcies a la Verge per mon feliç retorn, i vore a Oras, perque tota esta gent eixiràn a saludar-me demprés de tan llarga ausència.

Com si la naturalesa volguera favorir el projecte del templari, un raig de sol, filtrant-se pels atapeïts núvols, creuà l’espai, donant-li un bes de foc a la tempesta que al vore’s vençuda, fugí udolant, avergonyida, deixant caure llàgrimes per sa derrota.

Dominiat pels records i evocant totes les dolces remembrances de ses amors, permanegué Asens recolsat sobre el mateix tronc, testimoni mut de sa pasió, contemplant l’aigua de la bassa en qual superfície se dibuixaven i confundien els círculs concèntrics al contacte de les gotes de la passada pluja que es desprenien tremoloses dels oms i llorers que li donaven ombra.

Així capficat estigué molt rato sens donar-se de res compte. Els núvols que del cel havien fugit, anaven acumulant-se-li en el cor, que bategava violent com si presentira una desgràcia. Donant-se al fi compte d’aquella nerviositat, se refeu, alçan-se resolt a continuar son camí; mes la fascinació que li produïa la superfície de l’aigua, ja tranquila i transparent, atragué de nou sa mirada – perque lo mateix que el dia de l’última entrevista que tingué Oras, quan ella li dia febrosa d’amor: veus el fons d’eixa aigua com reflecta nostres imatges? – va vore dibuixar-se en els verdosos llims del fondo la imatge de la jove y…., atra que no era la seua, sinó la d’un garrit moro que la abraonava carinyosament. L’aigua havia segut més fidel que la dona, al cavaller.

Aquella vesprà a l’anar l’ermità de Nostra Senyora de Gràcia a tocar ànimes, trobà estés en els graons de l’altar un cavaller templari, en lo pit entravesat per la daga que al cint portava. S’acostà per a dar-li auxili i a l’incorporar l’inanimat cos obrigué Asens los enterbolits ulls, i en veu tan fosca com si brollara de la tomba, digué: sempre teu…i expirà.

La modesta ermita a on acabà els dies el cavaller, fon derrocada per orde del Gran Maestre, que a ses espeses construí atra més espaciosa, donant-li l’advocació de Sant Cristòfol (28), en memòria del nom del malograt cavaller.

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(²7). Ara Benassal

(28). Este santuari, molt reformat, existix encara..,prop de la font de en Segures, escenari d’esta ligenda.